Duelo, Melancolía y Suicidio, observaciones y posibilidades desde un punto de vista psicoanalítico

"El Primer Duelo", William-Adolphe Bouguereau (1888)
Por Susana Lorente
No siempre sabemos por qué nos sentimos de una determinada manera, pero el perder a un ser querido bien por su muerte o porque nos abandone, o vernos involucrados en una guerra por la que tenemos que dejar atrás nuestra casa y nuestra manera de vivir, o la destrucción del arte y los libros de los grandes poetas y pensadores que guiaron nuestra vida, pueden producir en nosotros un amargado hastío del mundo, un sentimiento de tristeza y desolación, un dolor que en su proceso normal debería desaparecer paulatinamente con la continuación de la vida con otras personas, en otros lugares y con otros recuerdos. Sin embargo, en ocasiones, no ocurre exactamente así, los sentimientos persisten dando lugar a constituirse como una evidencia de que un conflicto inconsciente se manifiesta, un conflicto por el que la persona se ve incapacitada para sustituir al objeto amoroso perdido por otro, para renovar su vida.
En un proceso normal como es el duelo, nuestra libido se va separando de ese objeto amado que perdimos y se pone poco a poco a disposición de otros objetos, tal como otro amor, el trabajo, una actividad artística, relaciones sociales, etc. En un duelo sabemos qué objeto perdimos pero lo cierto es que no sabemos lo que perdimos realmente con esa pérdida. Además de este no saber con la conciencia, la pérdida de un objeto amado nos supone un cambio y como tal, suele generar ciertas resistencias y hacer aflorar a propósito del mismo diversos conflictos. Desprendernos de aquellos objetos que amamos y principalmente separarnos de lo que esos objetos constituían para nosotros no nos es grato, es por eso que con la necesidad de mantener de alguna manera lo ya perdido nuestra libido puede continuar adherida inconscientemente a esas representaciones, y no solo eso, puede operar un mecanismo denominado como identificación, haciendo desembocar el duelo en un estado psíquico más propio de una melancolía. No por esto decimos que la melancolía sea producto de un duelo, no es necesario haber pasado por un duelo para llegar a una melancolía. En el caso de la melancolía, ésta puede hacer su aparición tan solo por el acontecimiento de una pérdida significante y a su vez inconsciente para nosotros, producida, por ejemplo, por un desengaño o una ofensa recibida, una pérdida en la realidad psíquica y no necesariamente en la realidad material.
Existen varias características que diferencian un duelo de una melancolía: El duelo es un proceso normal dentro de sus características, pero cuando hablamos de melancolía o depresión ya tenemos que pensar en una patología. El duelo tiene un periodo relativamente corto de tiempo, sin embargo en la melancolía los síntomas, sobre todo el dolor, la culpa, entre otros, se prolongan durante años. A diferencia del duelo en la melancolía no sabemos qué perdimos, incluso ni siquiera relacionamos ese estado emocional y psíquico con una pérdida ya que ésta no tiene obligatoriamente por qué haber acontecido en la realidad material, es suficiente con que haya acontecido en la realidad psíquica inconsciente.
La melancolía entonces tiene que ver con un conflicto inconsciente que se manifiesta con unos síntomas muy destructivos para la persona y su entorno. Decir que nos sentimos melancólicos no es una melancolía, tampoco tener algún momento de tristeza. La melancolía o depresión es una enfermedad grave que se caracteriza psíquicamente por un estado de ánimo profundamente doloroso, una cesación de interés por el mundo exterior, una pérdida de la capacidad de amar y trabajar, en general la inhibición de casi todas las funciones, incluida la disminución del amor propio. El sujeto no logra dar con el motivo de su desdicha, sufre sin encontrar explicaciones que den respuesta a sus interrogantes, se autodirige serios reproches contra sí mismo, abriga un sentimiento de inutilidad y culpabilidad, y principalmente se separa del mundo, de sus relaciones habituales y de su cotidianeidad. Ensimismado, con el aislamiento interpuesto porque casi toda su energía se haya centrada en él y sus preocupaciones, se ve incapacitado para trabajar y para amar, incluso a sí mismo. El melancólico no puede producir nada fuera del dolor y la apatía, no logra aceptar que en la vida y en la naturaleza del hombre nada es estable e inmutable, el sentimiento de tristeza y desilusión le abruma, precisamente por la transitoriedad característica de nuestra vida que lo hace a él mismo perecedero, haciendo que el goce de todo lo bello sea malogrado.
Es cierto que el ser humano no suele desprenderse tan fácilmente de sus objetos amorosos y mucho menos los sustituye rápidamente, aunque el hacerlo sería sinónimo de salud. Es como si nuestra energía que denominamos libido se quedara adherida a ciertas ideas, objetos o personas, como una resistencia que también es al cambio en nuestra cotidianeidad, en nuestro psiquismo. Esto, como todo en nosotros, no es arbitrario o sin sentido. Esos objetos amorosos que tanto nos cuesta sustituir no son elegidos tampoco arbitrariamente, no nos enamoramos de cualquiera ni nos llama la atención cualquier cosa, el otro debe poseer algún rasgo de lo que nos gustaría ser, o de lo que fuimos y añoramos, o de lo que somos. También las figuras parentales son relevantes, una artista como la madre, la actitud emprendedora del padre, apenas un rasgo que inconscientemente percibimos y genera esa primera ligazón a ese objeto amoroso. Solemos realizar elecciones narcisistas, el otro tiene alguna característica de nosotros mismos, lo cual también quiere decir que enfrentarnos a una pérdida implica no sólo la pérdida de ese objeto amado hacia dónde teníamos dirigido una parte de nuestra libido, sino también una pérdida de una parte de nuestro yo.
Es por esto que redirigir esa energía hacia otros objetos en el mundo requiere un trabajo psíquico que puede resultarnos muy displacentero. En esa medida, inconscientemente podemos negar la pérdida, una parte de nuestro yo se identifica con ese objeto, lo introyecta y así mantenemos de alguna manera la relación, tal es el mecanismo de la melancolía o depresión. El objeto amoroso es parte de nuestro yo ahora y aquellos sentimientos ambivalentes tal como el amor y el odio, propios de toda relación amorosa y dirigidos antes hacia el objeto amado exterior, hacen su aparición, pero ahora contra la propia persona. El conflicto con el objeto perdido es ahora trasladado a un conflicto entre el yo y la conciencia moral del sujeto, produciendo efectos en la conducta tal como culpa, reproches y acusaciones hacia sí mismo, con los que se somete y abruma. Freud nos dice que esta especie de autocastigo que se muestra tan abiertamente es producto de haber abrigado en algún momento el deseo inconsciente, no reconocido e incluso repudiado conscientemente, por ser contrario a la moral, de que ese objeto amado desapareciera.
La melancolía, aunque parezca lo contrario, es una enfermedad muy hostil, no solo con el sujeto que la sufre sino también con el tormento que supone para la familia o las personas que están a su lado. A través de ella pone de manifiesto el sujeto de manera encubierta una hostilidad que padece inconscientemente y que no puede demostrar abiertamente. El empobrecimiento, la pequeñez que sienten, el no dormir, el rechazo al alimento, la falta de rendimiento en el trabajo; el hecho de no creerse dignos de la estimación de nadie humillándose delante de los demás y compadeciendo a sus familiares y amigos por hallarse ligados a una persona tan despreciable como ellos, son formas, aunque nos resulte paradógico, de hallar una satisfacción de las tendencias de odio que están orientadas hacia ese objeto perdido y las personas que le rodean. Son formas de venganza hacia los objetos amados, pero que se ven retrotraídas al propio yo del sujeto. Freud nos dice: “La mujer que compadece a su marido por hallarse ligada a un ser tan inútil como ella, reprocha en realidad al marido su inutilidad, cualquiera que sea el sentido que dé a estas palabras.”
Los motivos verdaderos de la aparición de la melancolía son inconscientes para el sujeto que lo sufre y desconocidos para las personas que lo rodean, por lo que para saber acerca de ellos no hay otra manera que a través de su análisis. Sin tener en cuenta los contenidos inconscientes implicados en su producción es compleja la curación de esta enfermedad, los fármacos que comúnmente son recetados, tal como ansiolíticos o antidepresivos, y las recomendaciones psicológicas como animarse, salir, hacer deporte, etc, ayudan a mitigar el malestar y el dolor, pero más frecuentemente de lo que quisiéramos no son suficientes para dar una completa solución a la problemática.
Uno de los mayores problemas a los que se enfrenta el sujeto es la cuestión de que ésta necesidad de autocastigo, propia de la depresión y de la melancolía, puede hacerle abrigar peligrosas tendencias suicidas que en este tipo de patología, a diferencia de la neurosis obsesiva, son probables de llevar a cabo. Si el suicidio se hace realidad, tienen que saber que el sujeto lo hizo sin tener ninguna conciencia de que en el acto de su propia destrucción a quien deseaba realmente matar era a otro, otro con el cual se identificó frente a su pérdida y que anidaba en él mismo. El escritor Cesare Pavese muy acertadamente lo dijo: Los suicidas son asesinos tímidos. Si hubiera tenido a alguien que le hubiera interpretado a él mismo esta frase, tal vez no hubiera sufrido él precisamente ese mismo destino. Por esta razón, si contempla la posibilidad de suicidarse, antes de hacerlo tómese un momento, pregúntese a quién le gustaría realmente matar y aunque no encuentre respuesta consulte con un psicoanalista, podemos ayudarle a entenderlo y solucionarlo. El psicoanálisis puede ayudarle.

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